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La Princesa

Relatos Dreamers

Y mientras Pelayo cabalgaba maldiciendo el día en que se le ocurrió hacerse caballero, el carruaje que llevaba a Blancaflor y a Alia a la guarida del dragón traqueteaba por los estrechos caminos de la montaña. Blancaflor sollozaba amargamente. Alia, la hija del caballero, la observaba con curiosidad.Añadir Anotación

-Majestá... – comenzó a decir, tímidamente. Al fin y al cabo, era una princesa, y a la gente de sangre real siempre se le ha de dirigir uno tímidamente.

-¿Sí? – Sollozó la princesita entre hipidos.

-Bueno, sólo quería decirle que me llamo Alia. Y que esos zapatitos que lleváis los hizo mi padre.

Blancaflor dejó de llorar.

-¿En serio? Pues dile de mi parte que son muy cómodos.

-Pero, Majestá, no creo que pueda decírselo.

Blancaflor miró a Alia y rompió a llorar más fuerte aun. Alia suspiró de resignación. Al cabo de un rato intentó reanudar la conversación.

-Y... ¿Cómo os distraéis en la corte?

-Oh, bueno, tenemos bufones, trovadores, y esas cosas, ya sabes.

-Claro, claro. Y...¿Lo de los guisantes y los colchones es cierto?

- Bueno, sólo a veces. Pero no acostumbro a dormir sobre un guisante, a mí personalmente me dejan la piel llena de moratones.

-¿Y lo de los husos y los sueños de cien años?

-Oh, eso no. Vamos, ¿quién va hoy en día pinchándose el dedo con un huso? Además, las hadas madrinas son muy difíciles de encontrar.

-Supongo que tenéis razón. Y además, vuestro hermano os defendería, ¿no? Tengo entendido que es una magnífica persona

Blancaflor miró a Alia con el labio inferior temblando, y se echó de nuevo a llorar. Perfecto.

-Mi hermano está de viaaaaje, y no podrá salvaaarme – lloró la princesita.

Alia optó por callarse.

Lo cierto era que al mirar a esa criaturita temblorosa era casi imposible no sentir pena por ella. Se le notaba que había nacido para ser princesa. Rizos rubios enmarcaban su rostro de porcelana, e incluso su lloro era cristalino. Cualquiera diría que estaba cantando. Alia suspiró y se miró a sí misma. Su piel estaba oscurecida por el sol, mientras la de la princesa casi relucía en la oscuridad. Sus ropas parecían sacos al lado del rico vestido de Blancaflor. Su pelo oscuro parecía sucio junto al de la rubia muchacha. ¿Por qué unos tenían tanto y otros tan poco?Añadir Anotación

Pero lo que Alia no sabía es que posiblemente ella era mucho más inteligente que la dama a la que admiraba. La princesita no tenía una inteligencia especialmente brillante, mientras que ella, pese a las limitaciones culturales a las que estaba sujeta, era mucho más inteligente que otras jóvenes de su edad. Su tío, que era cura, le había enseñado a leer. La dura vida de una joven sin madre la había hecho volverse astuta y recelosa, así como muy segura de sí misma. Y más tarde, la princesa se vería sujeta a unos convencionalismos sociales que a ella no la afectarían.Añadir Anotación

Alia miró largamente a la princesa. Entonces se le ocurrió una cosa.

-Majestá, escuchadme. Posiblemente, el dragón, cuando os vea, se sentirá atraído por la posibilidad de comerse a una jovencita de sangre real, con lo que deje olvidada a la otra. Si me cambiais el vestido, yo podría hacerme pasar por vos, y cuando el dragón me coja, vos podréis escapar e ir a buscar ayuda al pueblo que hay al otro lado de las montañas.Añadir Anotación

Blancaflor miró a Alia y su rostro se iluminó.

- ¿Harías eso por mí?

-Sí, Majestá. Pero daos prisa, pues creo que ya llegamos.

Rápidamente, las dos muchachas se cambiaron la ropa. El vestido de Blancaflor le iba un poco estrecho a la hija del zapatero, pero no importaba. La princesa se quitó el pasador que llevaba en el pelo y se lo colocó a Alia, recogiendo un poco sus rebeldes cabellos. Los zapatos, por lo menos, eran de su talla. Justo cuando acababan de cambiarse, el carruaje se paró.Añadir Anotación

Dos hombres bajaron a las muchachas del vehículo y las ataron a un árbol. Era de noche y hacía frío. Los conductores se marcharon una vez acabado su trabajo. No parecía que se hubieran dado cuenta de nada. Alia y Blancaflor suspiraron aliviadas, y sonrieron, con una de esas sonrisas de complicidad que marca el inicio de una amistad. Una amistad más bien corta.Añadir Anotación

Al cabo de unos minutos, Blancaflor susurró.

-¿No tienes miedo?

-Un poco – mintió Alia. Estaba aterrorizada. Le temblaban las rodillas y el vestido le oprimía el pecho, por lo que le costaba respirar.

- Te agradezco mucho lo que estás haciendo por mí.

- Bah, no es nada.

Pero cuando se comenzó a oír el rumor de hojas aplastadas, Alia pensó que tal vez no había sido tan buena idea.

Este relato pertenece a Leticia Jiménez Marín y no puede ser usado sin su consentimiento.Añadir Anotación


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leaven, 24 de Septiembre de 2005
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